domingo, 11 de diciembre de 2011

¿Es tan difícil escribir bien?



En estas semanas de final de evaluación en la que proliferan los exámenes a corregir se me hace especialmente difícil entender cómo los alumnos de hoy en día escriben tan rematadamente mal. 

Ya no es sólo que su expresión deja mucho que desear, que también. Se trata de su ortografía, de la cantidad ingente de faltas que cometen en textos no demasiado extensos. Y las tienen la inmensa mayoría de ellos, sean de la edad que sean.

Con la cantidad de métodos que se han probado y se prueban para corregir esas faltas y que los alumnos sean capaces de escribir correctamente, ya deberíamos haber encontrado la fórmula mágica, si es que la hubiera, para no encontrarnos barbaridades como las que tenemos que corregir a diario. Cuando ves que no sirve el copiar la palabra diez, veinte o cien veces; que tampoco sirve escribir unas frases en las que se utilice esa palabra en la que han fallado; ni siquiera los cuadernillos de ortografía similares a aquellos de Rubio que todos hicimos de pequeños para la caligrafía, entonces tenemos que asumir que es un mal que se escapa de nuestras manos.


Es verdad que parte de la culpa de que los niños escriban mal la tienen los móviles y los chats de Intenet, en los que, por escribir rápido y ahorrando caracteres, se comen letras, se unen palabras y hasta se cambian bes por uves o cosas similares. Es un gran enemigo para la correcta escritura que, incluso, está heciendo que muchos adultos comiencen a cometer errores ortográficos que antes no tenían.

Otro de los factores que influyen de forma considerable en el número de faltas de ortografía de nuestros alumnos es la falta de lectura. Los niños y niñas de hoy leen mucho menos que los de hace veinte o treinta años. Y a l no leer, manejan un vocabulario mucho menos extenso, conocen menos palabras y, por ello, no saben cómo se escriben. También consecuencia de no leer es que cuando estudian, comprenden menos los textos que tienen delante, por lo que optan por la salida más fácil: memorizar, que no es lo mismo que aprender, y sobre lo que tengo muchas ganas de explayarme otro día, porque es algo que me tiene del hígado.

Un aspecto más es el uso del ordenador para redacciones, trabajos y similares. Con la comodidad del corrector ortográfico, el alumno se asegura, en casi todos los casos, de que los textos que escribe lo están de forma correcta, pero no sabe si es por sí mismo o por su "compinche" informático. Y lo peor, es que les da igual. Hoy en día lo que prima para ellos es presentar los trabajos, no la calidad de los mismos.





Sin embargo, para mi el factor más influyente en la educación ortográfica de los niños de hoy es la falta de sensibilidad hacia ello que mostramos los adultos constantemente. Los niños viven rodeados de incorrecciones ortográficas allí donde estén, por donde pasen, por donde jueguen... Los rótulos de los negocios, carteles, anuncios... Sólo hay que hacer la prueba. Situarse donde uno quiera y coprobar cómo, en cien pasos a la redonda, se pueden encontrar no menos de diez o doce faltas de ortografía. Y también en la prensa. A montones. Y a diario. Qué vergüenza ser periodista y no saber escribir.



Muchos de ellos están en los rótulos de los negocios más antiguos, de cuando nosotros éramos pequeños y la regla de poner tilde a las mayúsculas no existía. Pero de entonces hasta ahora han pasado muchos años y mayoría son los negocios abiertos más recientemente o que han sido reformados, por lo que no deberían escapar a la regla.Si hasta hace pocos días una placa de la calle del Concejo de Ribadedeva, en Viesques, tenía la denominación CALLE DEL CONCEJO DE RIVADEDEVA. Pena no haber hecho la correspondiente foto hace unas pocas semanas para dar fe de ello. De todas formas, si se busca la calle en Google Maps, aún sale con las dos uves.




Otros, sin embargo, son escritos a mano o a ordenador por gente que no conoce (grave) o no le importa (más grave) cómo se puedan escribir correctamente las palabras que está utilizando. Esas personas son, en muchos casos, los padres y madres de nuestros alumnos. Entonces ¿cómo podemos pretender que los niños presten una atención al escribir que sus padres no tienen?



Recuerdo cómo Amparo, mi tutora de 5º de EGB, nos tenía a siete de la clase sentados en la fila más próxima a su mesa y nos llamaba la "fila cero", porque ese era el número de faltas que teníamos en todos los dictados de la asignatura de Lengua. A final de curso la "fila cero" eran tres o cuatro filas de la clase porque éramos muchos los que no cometíamos errores. Pero de aquello hace mucho y, ni la exigencia de los padres, ni el interés de los alumnos por mejorar, eran los mismos de hoy. Lástima.

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