Hoy estoy especialmente indignado con la raza humana. Sinceramente, no entiendo cómo hemos llegado a que haya especímenes con un grado de ignorancia tan elevado como los casos con los que me he dado de narices esta semana.
Todos sabemos que siempre han existido los ignorantes. Toda la vida de Dios. También que había multitud de ellos que, además de serlo y saberlo, disfrutan de esa condición. Lo que no sabía yo, ingenuo de mi, era que existen algunos (al menos un par de ellos, que yo pueda constatar) que no sólo se recrean en la ignorancia como los gorrinos en un charco de barro, sino que se la desean a sus seres más querido. La familia unida jamás será vencida, supongo. Y claro, se necesita estar muy unidos para que ninguno deje de ser ignorante.
Cuánto me gustaría en estos momentos ser Arturo Pérez- Reverte para poder explayarme en una parrafada en la que, para describir semejantes desfachateces, utilizase un sinfín de improperios e insultos, quedarme tan ancho, retratar a los ignorantes en cuestión y, además, ganarme una buena pasta por ello en un dominical.
Pongamos, para situarnos sobre el tema, que una persona (o ser vivo con apariencia humana en casi todas sus formas y conductas), lleva a su hijo al pediatra. El médico le dice que tiene un virus y que ha de tomar un tratamiento durante un tiempo para mejorarse y recobrar su estado de salud adecuado.
Pongamos que el pediatra le receta una serie de medicamentos que ha de tomar de determinada manera y en un horario concreto cada día.
Pongamos, también, que nuestro protagonista llega a casa, y su hijo le dice que no quiere tomar un medicamento porque no le gusta el envase, porque le sabe regular o porque sus amigos se reiránn de él por tener que medicarse para curarse.
Pongamos que el progenitor vuelve a visitar al médico y le dice que a su niño no le gustan las pastillitas que le ha recetado, que los horarios que le ha puesto para medicar al niño no le gustan a él porque le coinciden con su hora de ver la televisión, que se esperaba que con una sola dosis ya se hubiese curado del todo y sin posibilidad de recaída y que, como no ha sido así, que ha decidido, por sí mismo, dejar de administrar las medicinas a su hijo.
Como padre y como ser humano de la raza normal creo, o creía, que nadie en sus sano juicio renuncia a aquello que puede mejorar la calidad de vida de un hijo, sobre todo cuando se es consciente de la enfermedad y se desea que recobre la salud. Pues ahora lo empiezo a poner en duda.
Si en la historia anterior ponemos en el lugar del médico a un profesor y hacemos la evidente sustitución de cada detalle referente a la medicina por su equivalencia del ámbito educativo... ¿dejaría de ser tan escandalosa la estupidez del padre?
Si miramos por la salud física y mental de nuestros hijos, por qué no lo hacemos igualmente con sus salud intelectual?????
Qué lastima que haya gente tan ignorante que no le importe que sus hijos lo sean tanto o más que ellos.
De verdad que a alguno habría que haberle hecho un examen antes de ser padre.
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